Papa Francisco, tras alertarnos de la extensión de la maldad en nuestro mundo de modo que esta enfría y paraliza a muchísimos, tal como hemos visto en su Mensaje para la presente Cuaresma, se detiene en ayudarnos a plantearnos qué hacer al respecto, especialmente en este tiempo de gracia que nos lleva a los días santos del Triduo Pascual.

Y comienza por señalar la condición de descubrir en la propia vida y en nuestro entorno “los signos” que ha descrito y que son consecuencia de que la caridad se ha enfriado. Y nos recuerda que la Iglesia, “además de la medicina a veces amarga de la verdad”, nos sigue ofreciendo “en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno”.

Necesitamos dedicar más tiempo a la oración, al encuentro con el Señor, con su Palabra, con su presencia que llena nuestros silencios, haciéndolos vivificantes. Especialmente en la liturgia cuaresmal Dios se hace el encontradizo con nosotros, con nuestras necesidades, con nuestras esperanzas, con nuestras situaciones de pecado, de precariedad, de largas búsquedas, de deseos hondos de coherencia, de autenticidad, de perdón, de vida nueva que, a la postre, tan sólo Él puede colmar.

En la liturgia de estos días nos anuncia lo que ha hecho y quiere hacer hoy por nosotros, por nuestra liberación. Domingo a domingo, día a día, nos manifiesta su designio de amor y nos indica las etapas del itinerario de nuestra salvación.

Una oración, pues, que si la procuramos hacer en espíritu y en verdad, hace, como señala el Papa, “que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios”.

La limosna no debe ser un gesto para tranquilizar nuestra conciencia, o un expediente para disimular la supervivencia de situaciones injustas. Hoy más que nunca se asocia la limosna cristiana con una real sensibilidad por la justicia, incluso con una nueva visión de los bienes, de los propios bienes. Por ello Papa Francisco apunta a la limosna como liberadora de la “avidez” y como “ayuda” para “descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es solo mío”. Así, en esta línea, expresa su deseo de que la limosna venga a convertirse en “estilo de vida”, y en expresión y testimonio de la comunión que vivimos en la Iglesia.

Es por esto que se hace eco del “ejemplo de los Apóstoles”, y hace suyas las palabras de San Pablo que exhorta a los Corintios, con palabras que apuntan al bien de sus fieles, al señalarles: “Os conviene” (2Co 8,10); cuando les anima a favor de la colecta para ayudar a los hermanos de Jerusalén.

Ante el hecho de que en este tiempo cuaresmal seamos animados a ayudar a poblaciones y comunidades en especial necesidad, el Papa aboga porque en las “relaciones cotidianas” asumamos esta especial sensibilidad, pensando, como dirá bellamente, que es oportuno que “ante cada hermano que nos pide ayuda” veamos “una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos”.

El ayuno tiene ciertamente una dimensión física, la privación de alimentos y otras formas de privación. Pero todo esto no agota el significado que la tradición cristiana ha dado al ayuno, que en buena medida es signo externo de una realidad interior, expresando de este modo el ayuno cuaresmal que es signo de nuestro vivir de la Palabra de Dios y es signo de nuestra voluntad de expiación y, sobre todo, es signo de nuestra abstinencia del pecado: expresión de nuestra privación de nuestro propio egoísmo, saliendo de la concentración sobre uno mismo y los propios intereses y problemas para dirigir el corazón hacia Él, y para hacer crecer el amor y la atención hacia los más pobres y débiles. Es por ello que crece entre nosotros la sensibilidad de relacionar el ayuno y la limosna, en la denominada limosna penitencial, en la que el fruto de nuestras privaciones se encamina a remediar necesidades de nuestros hermanos.

El Papa en las palabras de su Mensaje Cuaresmal, destaca respecto al ayuno, entre otras consideraciones, que es “ocasión para crecer”, apuntando su capacidad para despertarnos, haciéndonos “estar más atentos a Dios y al prójimo”, inflamando “nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre”.

Termina el Papa Francisco su reflexión sobre qué podemos hacer, en la que se detiene en el valor de la oración, la limosna y el ayuno, con un deseo de que sus palabras vayan más allá del ámbito de la Iglesia Católica y que llegando a gentes de “buena voluntad” que “se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad”, y “a las que les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras”, se unan a nosotros “para invocar juntos a Dios, para ayunar y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos”. Un hermoso llamamiento, que seguro llegará al corazón de muchos, moviéndoles a hacer, a corresponder al amor de Dios que puede más que la frialdad del mal, como veremos y celebraremos en la ya próxima Pascua.

 

Jesús Murgui Soriano

Obispo de Orihuela-Alicante