Queridos hermanos y hermanas: Ante el inicio de la Cuaresma quiero animaros a entrar con vivo interés en estos cuarenta días que nos preparan para celebrar adecuadamente la Pascua. Cuaresma es tiempo de verdadero cambio y renovación, tiempo para discernir nuestra realidad, tiempo para poner orden en nuestras confusiones, y esto no se lleva a cabo con un mero querer de la voluntad, ni es fruto de la luz de nuestra inteligencia; nace de esa decisión que nos pone a la escucha de Dios, para dejarnos cambiar por Él, para abandonar nuestros caminos y caminar por los suyos.

Al servicio de esto el Santo Padre nos ha dirigido a todos nosotros un muy sugerente Mensaje para la Cuaresma de este año, que me permito comentar y ofreceros en tres entregas, en relación con los tres apartados en los que él mismo divide su Mensaje: “El otro es un don”; “el pecado nos ciega; “la Palabra es un don”.

Papa Francisco, después de hacer referencia a la “fuerte llamada a la conversión” que en este tiempo cuaresmal recibimos, haciendo cita expresa de las primeras palabras de la primera lectura de la Misa del Miércoles de Ceniza: “volved a mí de todo corazón” (Jl 2,12), y tras recordar para este “tiempo propicio”, “los medios Santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna”, centra su Mensaje “en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf Lc 16,19-31)”, relato del que resalta “que nos da la clave para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna”.

El texto de la Parábola, nos dice el Papa, nos presenta a los dos personajes centrales de la misma, pero tal y como él subraya “el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada…Cf vv.20-21)”. Además no es un “personaje anónimo”, destaca, “el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente “Dios ayuda”. Y que, mientras que “para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido…y, como tal, es un don”.

Con todo ello, afirma: “Lázaro nos enseña que el otro es un don”. “La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro”. Desde ahí, y concretando, nos dice: “La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo”. “Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil”.

Leyendo estas palabras me han venido a la mente algunas “concreciones”. Así, al fijarme en el comentario que hace el Papa de como el pobre es para el rico “como si fuera invisible”, he recordado una visita que recibí el pasado 25 de Enero, que me hizo mucho bien, quizás porque me hizo pensar, incluso avergonzarme. Eran las cinco personas, dos mujeres y tres hombres, que hicieron presente a nuestra Diócesis, como acción de Cáritas Diocesana, en el Jubileo de los “sin techo”, dentro del Año de la Misericordia; venían a compartir conmigo su experiencia de esos días en Roma, convocados por el Papa Francisco. ¿Qué me hizo especialmente pensar, además de cada uno de los testimonios impresionantes de su peregrinación y, sobre todo, de su vida? Que uno de ellos era de los que piden a la puerta de una conocida iglesia nuestra, y yo, tal como él me dijo “no le había visto”.

Por eso, cuando con mucha carga de transparencia el Papa pidió perdón en aquel encuentro Jubilar por las veces que nosotros cristianos “no vemos a los pobres”, releyendo esas palabras suyas, las leí como dirigidas a mí.

El Evangelio del hombre rico y el pobre Lázaro, eje de su Mensaje para la Cuaresma 2017, es tremendamente real en nuestros días, así lo denuncia en su Encíclica “Laudato si”: “Es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana” (LS 193).

Me parece muy oportuno pediros que, especialmente nosotros los sacerdotes de la Diócesis, nos esforcemos por conocer y predicar con ardor los principales contenidos de este Mensaje Papal, despertando nuestras propias conciencias, y, tratando de mover las conciencias de quienes nos han sido confiados, no para que los conservemos en un catolicismo tibio y paralizado, sino que, con la gracia de Dios, los despertemos a vivir con corazón y compromiso, como hijos de la Luz.

Ayudemos en esta Cuaresma a que en nuestros cristianos y en el conjunto de nuestras comunidades resuene fuerte y clara la Palabra de Dios, que en el Mensaje del Papa “nos ayuda a abrir los ojos”. En esta dirección ayuda, y mucho, la experiencia de oración de los grupo de “Lectio Divina” que animados por el Plan Diocesano de Pastoral han ido naciendo.

Demos especialmente acogida, así mismo en estos días, a una propuesta diocesana, que viene como vivo eco del Año de la Misericordia, y que reproponemos en la presente Cuaresma: la “Limosna Penitencial”. Promovamos una limosna que sea fruto del ayuno y de las privaciones que conlleva, y no sea una formalidad exterior tranquilizadora, sino fruto de conciencias que son “tocadas” por las necesidades, los dramas, las hambres que nos rodean, y que nuestro “mundo”, del que nosotros somos parte, trata de “no ver”. Abramos “la puerta de nuestro corazón al otro”, como nos pide el Papa. Pongamos nombre a tantos “Lázaros” que viven cerca de cada uno de nosotros; pongamos nombre, pongamos corazón a nuestra limosna. Una limosna, verdaderamente penitencial, de conversión, de “descubrimiento del otro como don”, de expresión del deseo y súplica de quien se sabe ha de ser él mismo, a semejanza del Señor, don para los otros.

Jesús Murgui Soriano. Obispo de Orihuela-Alicante.

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