Hace unos días, exactamente en la solemnidad de la Inmaculada, el Papa Francisco abría la Puerta de la Misericordia, para adentrarnos en el Jubileo Extraordinario a todos nosotros y a la Humanidad en que vivimos. Posteriormente, en el tercer domingo de Adviento, inaugurábamos el Año Santo para nuestra Iglesia diocesana de Orihuela – Alicante, rezando para que venga a ser una profunda experiencia de gracia y de renovación.

Celebremos con alegría, en el marco de este tiempo jubilar, el acontecimiento que abrió de una vez para siempre la presencia de Dios con nosotros, el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, el gran regalo del Padre.

Efectivamente el Santo Padre así nos lo recuerda: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre… En la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4) cuando todo estaba dispuesto según su plan de Salvación, El envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, 1).

Navidad es la puerta de la venida de Dios a los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios. Allí, en su nacimiento en Belén de Judá, fue reconocido por los humildes pastores, que escucharon la voz de los ángeles, y por aquellos Magos que siguieron la estrella que les condujo hasta Él.

En estos días de Navidad, que vamos a celebrar con fe, acerquémonos a Él, volvamos a descubrir todo el amor que manifiesta al venir a nuestro mundo, y, sobre todo, al venir en la sencillez en que quiso mostrarse.

Tengamos presentes a cuantos sufren, al contemplar las vicisitudes que el mismo Jesús, junto a María, su madre, y san José, tuvieron que padecer entorno a su nacimiento en Belén, así como, poco después tuvieron que huir a Egipto para salvar la vida del Niño, y vivir allí como refugiados hasta que fue posible volver a su tierra e instalarse en Nazaret.

Contemplemos como elocuente misterio de la vida de Jesús sus muchos años de vida oculta en Nazaret; valoremos todo lo que enseña ese tiempo, que es de crecimiento y de encarnación en la vida, la fe y el saber de su pueblo.

Demos gracias al Padre por las lecciones de humildad y amor que nos ofrece en la Sagrada Familia, porque quiso que su Hijo hecho hombre naciera, creciera y se educara en el seno de una familia. Sin duda escuela de humanidad y ámbito de inserción con su gente, en todos los aspectos.

En estos inicios del Año de la Misericordia, contemplemos la Navidad del Señor como puerta por la que entró a raudales el amor de Dios en la tierra. Bendigámosle por cuanto nos enseña Jesús, ya desde la cuna; bendigamos que creciera en una familia. Que todo ello nos haga pedir por cuantos estamos necesitados de las lecciones que nos ofrece la infancia de Jesús, para que, implicados en las fiestas de estos días, no dejemos de aprenderlas.

Feliz y Santa Navidad

 

Jesús Murgui Soriano

Obispo de Orihuela-Alicante