Estamos viviendo unas circunstancias históricas singulares: la pandemia y sus secuelas, así como el entorno histórico en el que estamos inmersos, nos ayudan a percibir con especial crudeza que lo más fundamental de la vida no está en nuestras manos, no lo controlamos. Vivir esta situación desde la fe, desde la confianza en Dios, es iluminador de la realidad. Gran verdad es que no podemos controlarlo todo, especialmente lo más fundamental como hemos dicho, ante esto: ¿dónde nos apoyamos?, ¿a quién nos dirigimos?, ¿en manos de quién nos ponemos?

Dios, nuestro Padre, no es indiferente a nuestra necesidad de respuestas, de sentido, para que en el desierto de la vida no quedemos perdidos, sumidos en ensordecedor silencio a nuestras más hondas preguntas, desmoralizados por falta de referencias en nuestro caminar, y desorientados ante las encrucijadas y pruebas del camino.

En el nacimiento de Jesús, el amor, la cercanía de Dios se ha hecho visible a nuestras personas, a nuestra humanidad, en el misterio de su Hijo hecho hombre. En la Navidad se nos muestra la respuesta de Dios a la búsqueda más antigua y profunda del corazón y la mente del ser humano; y la respuesta nos la da en un niño recién nacido, que viene a nosotros en pobreza y desvalimiento.

Navidad, son días especialmente propicios para contemplar tan gran bondad de Dios en los relatos de los Evangelios o, sencillamente, al ver el misterio representado en un sencillo belén y, así, poder dar gracias por tanta sencillez, amor, humildad, como se nos muestra en Jesús niño, en María su madre, en José.

Días propicios para mostrar, y compartir, nuestra fe en ese Niño, en el amor de Dios que significa su nacimiento, su venida a nuestra historia. En los tiempos de intensa secularización que vivimos, y también, y quizás por ello, de tantos interrogantes y desorientaciones que experimenta el ser humano de hoy, resulta de necesidad y, a la vez, apasionante asumir la hermosa tarea de llevar a nuestros semejantes a Jesús, a Aquel en quien encontramos luz en medio de las oscuridades que nos rodean. Es obra de caridad, necesaria en estos tiempos, ofrecer el testimonio de nuestra fe en Él, es decir: mostrar lo que somos, creyentes felices de haber encontrado luz y amor suficientes en su persona como para llenar de sentido nuestras vidas.

Que nuestras familias, y nuestras parroquias y comunidades sean espacio para compartir y celebrar esta fe. Sean ámbitos donde hacer de esa fe sensibilidad y compromiso para tener prioritariamente presentes a quienes carecen de hogar, de comida, de amistad. Así, aboguemos por unas fiestas navideñas con corazón y con la fe que da calor y sentido a nuestra vida.

En la espera de un 2022 lleno de las bendiciones de Dios, os deseo y pido para todos: ¡Feliz Navidad!

Jesús Murgui Soriano

Administrador Apostólico de Orihuela-Alicante