Al llegar la celebración de la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo nuestro Señor, detenemos el paso y nos disponemos a preparar nuestro espíritu para sintonizar interiormente con las fiestas centrales de nuestra fe. En estas circunstancias, saludo y doy las gracias a cuantos en nuestras parroquias y comunidades dedicáis tiempo y esfuerzo a preparar la Liturgia de estos días Santos, y a todos los hermanos de Cofradías y hermandades que sacáis a nuestras calles aquello que con amor celebramos en nuestros templos.

“Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21) fue la petición dirigida al apóstol Felipe por algunos griegos, que habían acudido a Jerusalén en la peregrinación pascual. También nosotros nos disponemos a celebrar la Semana Santa de este Año Jubilar deseando “ver a Jesús”, rostro de la Misericordia del Padre, fijando los ojos en Él. Queremos no sólo escuchar la Palabra del Señor, sino también contemplar su rostro, su Santa Faz. La proclamación de las lecturas bíblicas hace resonar en nuestros oídos la Palabra de Dios, y bellas y piadosas imágenes procesionales nos ayudan a ver con los ojos del corazón el rostro del Señor, unas veces doliente y otras transfigurado.

Valoremos las expresiones de la piedad popular de estos días. Una fe no inculturada es una fe insuficientemente asumida, ya que el pueblo tiende a poner su sello en todo lo que recibe. En las manifestaciones de la religiosidad popular de estos días se entremezclan y se unen vitalmente la fe, la cultura y el genio del pueblo. Las imágenes artísticas del Señor y de su Madre, especialmente entre otras, y mucho de lo que las rodea estos días son al mismo tiempo testimonio de fe, magnífica expresión cultural y espejo del modo de ser, de pensar, de sentir, de vivir y de convivir de nuestro pueblo. Posiblemente muchos hemos experimentado como hay imágenes a través de las cuales se produce un encuentro profundo entre la fe del artista y la mirada del creyente de las generaciones posteriores. Especialmente en este Año de la Misericordia, miremos a Jesús y recibamos su mirada.

Acoger la mirada de Jesús fue muy importante para San Pedro. Determinante. Se ha escrito que en la Pasión del Señor, en aquellas circunstancias, Pedro y Judas vivieron dos historias casi paralelas, ambos, aunque de modo distinto, habían fallado al amor y la confianza de Jesús, pero, sin embargo, fue muy diferente su final. Ambas historias, la negación de Pedro y la traición de Judas, habían sido anunciadas con antelación por el Señor en el Cenáculo. De Pedro se lee que Jesús, al pasar, “le echó una mirada” (Lc 22,61); con Judas hizo algo más: lo besó. Aunque el resultado fue distinto: Pedro “saliendo fuera, lloró amargamente”, Judas se marchó y fue y se ahorcó.

Debemos atender, fijarnos, en que es lo que muestra la diferencia entre una y otra vivencia: por qué las dos historias, la de Judas y la de Pedro, terminaron de modo tan diferente. Pedro tenía remordimientos de lo que había hecho, pero también Judas tuvo remordimientos, hasta el punto que gritó: “He pecado, entregando sangre inocente” (Mt 27,4) y arrojó las treinta monedas de plata. ¿Dónde está la diferencia? Esencialmente una única cosa: Pedro confió en la misericordia de Cristo, Judas no.

Mis queridos hermanos: ya os he aconsejado que le busquéis, que miréis el rostro del Señor y que os dejéis mirar por Él. También recomendaría, especialmente en estos días Santos, tomar un libro de los Evangelios y leer con calma y por entero, el relato de la Pasión. Pero, sobre todo en este Año, animo a vivir la Liturgia en su cumbre de amor que es la Eucaristía, y a estar ciertos, por su gracia, que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios; creed en su perdón, acercaos al sacramento de la misericordia, recibid el perdón que nos ha conseguido en su Pasión y su Cruz. Recibamos su misericordia personalmente, la que nos libera de nuestro pasado, de nuestros pesos de conciencia, la que nos hace personas nuevas.

Es bueno recordar un detalle que, a veces, puede pasar inadvertido, y es que la confesión es el momento en el que la dignidad de cada creyente está más claramente afirmada. En cualquier otro momento de la vida de la Iglesia, el creyente es uno entre muchos: uno que camina con fe acompañando las imágenes de la Pasión; uno de aquellos que escuchan la Palabra; uno de aquellos que reciben la Eucaristía. Aquí, en el momento de la confesión y absolución individual dentro del Sacramento de la Penitencia, aunque se celebre comunitariamente, es el único y está solo; la Iglesia existe en aquel momento solo para él o para ella.

El Sacramento de la Penitencia, del Perdón, nos permite experimentar en nosotros su Misericordia, lo que la Iglesia canta en la noche de Pascua con el Exultet: “¡Feliz la culpa, que mereció tal redentor!”. Jesús sabe hacer, de todas las culpas humanas, una vez reconciliadas, esas “felices culpas”, culpas que ya no se recuerdan, sino por la experiencia de misericordia y de ternura divinas de las que han sido ocasión.

En estos días Santos, más que nunca: Mirémosle, busquemos su mirada, pero sobre todo busquemos su misericordia y perdón.

Feliz Semana Santa.

 

Jesús Murgui Soriano

Obispo de Orihuela-Alicante