“No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre” (Lc 2,10-12).

La paradoja de Navidad –y del Evangelio entero- se contiene en estas palabras. Grandes cosas se atribuyen a este nacimiento: alegría, paz, justicia, salvación. Y, he aquí, que estamos ante un niño en un pesebre, ante el espectáculo más evidente de debilidad, de impotencia y de pobreza que se pueda imaginar. Completan este cuadro María y José, dos de aquellas criaturas para las que nunca hay posada. La paz, la justicia y la salvación para todo el mundo procediendo de alguien que no ha tenido tan siquiera casa para nacer.

Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos capacidad de asombro ante su mensaje, limpieza de corazón para gustar el acontecimiento y su significado, sabia lectura de los signos que cualifican a este niño: la debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.

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Necesitamos volvernos niños de corazón para descubrir las raíces de nuestra fe; necesitamos la alegría profunda de estas fiestas navideñas que nos ayuden a creer que la vida es un gran don de Dios que no debe ser malgastado. Necesitamos el don de la fe para entender; Dios lo concede a quienes se lo pedimos con sencillez.

La experiencia de una Navidad, vivida desde la fe, nos permitirá volver a la vida ordinaria y a nuestras tareas alabando a Dios por la Palabra contemplada, como María, seguros de conservarla en el corazón para anunciar a los demás lo que significa para nosotros.

Pidamos a María, que contempló en primera persona el misterio de la Navidad, que la imitemos en su sencillez y disponibilidad, para que nazca en nosotros el fruto del Evangelio, su Hijo Jesús, a quien llevó en su seno.

Pidámosle que seamos capaces de corresponder a los dones del Señor, como el grandísimo que nos ha hecho al nacer entre nosotros. Capaces de corresponder a los dones que experimentamos especialmente estos días, como: la familia, en especial con respecto a aquellos que son los más pequeños y los más mayores, incluidos nuestros seres queridos que celebran ya la Navidad en el cielo.

Que nos ayude también María, con su amor de madre de Jesús, por tanto de madre de todos, a que nuestros gestos navideños pretendan ser no sólo privados y familiares, sino abiertos a la solidaridad y a la bondad con los más necesitados de ellas, como los pobres, los inmigrantes, los explotados, los sin familia, los que viven olvidados y en soledad. Aquellos con los que Jesús se identificó. Querámosle y acojámosle a Él en ellos. Vivamos con mente y corazón abiertos estos días, estas entrañables fiestas.

¡Bon Nadal! ¡Feliz Navidad!

Jesús Murgui Soriano.

Obispo de Orihuela-Alicante.

 

 

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