Artículo de opinión del Obispo de Orihuela-Alicante Mons. José Ignacio Munilla.

Parecería acaso más propio de un obispo de la Iglesia Católica que se limitase a afirmar que el problema no está en la tecnología, sino en el uso que se haga de ella. Sin embargo, me resisto a quedarme en ese posicionamiento neutro porque hoy en día tenemos datos suficientes para afirmar que una buena parte de las aplicaciones informáticas han sido diseñadas intencionalmente con el objetivo de atrapar a sus usuarios. Y, por ello, pienso que, en conciencia, tenemos el deber de unirnos a las iniciativas sociales (#AdolescenciaLibreDeMoviles) que se han posicionado abiertamente contra la práctica generalizada de regalar móviles a los niños y adolescentes de forma indiscriminada.

Si somos mínimamente honestos, tendremos que empezar por reconocer que, más allá de los indudables beneficios, las nuevas tecnologías de la comunicación han generado en quienes somos adultos no pocos efectos nocivos. El reto es general y no simplemente generacional. Escuché decir a un hombre de Dios ya fallecido: “Las nuevas tecnologías son un buen siervo, pero un malísimo señor”.

Ahora bien, si los adultos tenemos problemas en la gestión equilibrada de redes sociales y otras aplicaciones informáticas, ¿qué no estará ocurriendo en los niños y adolescentes que se encuentran en una etapa tan especialmente vulnerable?  Los datos ‘cantan’: Desde 2019 el fenómeno de las autolesiones se ha incrementado en un 592% (Datos fundación ANAR). El 20% de los adolescentes se han autolesionado alguna vez y el 11,5% lo ha hecho con frecuencia (ANAR). En los últimos 10 años se ha producido un 3543% de aumento de pensamientos e intentos de suicidio (ANAR). La violencia filioparental ha aumentado un 400% (Fuentes policiales). Podríamos seguir inundando este artículo de datos alarmantes…

Sin embargo, a pesar de que vivimos en medio de continuas alertas ante la emergencia de salud mental que se está generando, nadie parece responder a la pregunta clave: ¿Quién tiene la responsabilidad ante esta emergencia y de quién se debe esperar que tome las medidas pertinentes? ¿Quién le pone el cascabel al gato?...  La inacción de las autoridades me parece trágica. Baste recordar el vergonzoso fiasco al que se redujo la promesa del Gobierno de España, quien había anunciado para el inicio del curso escolar unas medidas que impedirían el acceso de menores de edad a contenidos pornográficos, violentos y negativos. Todo acabó en nada, quedando patente la falta de voluntad de intervención.

A estas alturas nos debe quedar claro que lo que no haga la propia familia, no lo va a hacer la autoridad pública; y aunque pienso que estamos llegando tarde, es vital que, de forma subsidiaria, la Iglesia se ofrezca a las familias para ayudar en la educación digital. En nuestra Diócesis de Orihuela-Alicante nos disponemos a implementar en nuestros colegios diocesanos un proyecto de responsabilidad digital, con el objetivo de que las familias puedan apoyarse entre ellas, tomando decisiones confluyentes, para concluir plasmándolas en un pacto familiar. Nos jugamos muchísimo en el reto de cómo integrar el uso de la tecnología en la vida familiar.

Sabemos que no es fácil sanar los malos hábitos adquiridos en el uso de las tecnologías, y por ello deberíamos comenzar por erradicar la entrega del móvil en edades tempranas. Por poner un ejemplo, es un auténtico drama que los regalos de la primera comunión sean la puerta por la que la pornografía se hace presente en la vida de los niños. Cada vez son más los profesionales que aconsejan retrasar hasta los 16 años la compra de un móvil a nuestros hijos.

Se aproximan fechas en las que la propaganda consumista nos impulsa a realizar muchas compras sin el suficiente discernimiento: El 29 de noviembre será el Black Friday; el 2 de diciembre el Cyber Monday; y aunque -ingenuos de nosotros- pudiera parecer que las fiestas de Navidad y de Reyes ponen el punto final, las rebajas de la cuesta de enero se encargarán de sacarnos de este engaño, ya que la incitación al consumismo no tiene fin.

Sería lamentable que nos dejásemos arrastrar por esta vorágine optando por un regalo envenenado…  ¡El móvil puede esperar!